―Disculpe si la pregunta es demasiado directa, señora Griselda ―preguntó el entrevistador a través de su cubreboca―, pero es importante tomar al toro por los cuernos: ¿por qué una bruja querría un trabajo de oficina?
La pregunta, en efecto, fue demasiado directa e incomodó a la candidata. Si no estuviera acostumbrada a lidiar con lo oculto, lo macabro y lo satánico, se habría sonrojado. Estuvo a punto de titubear pero guardó la compostura.
―Quisiera darle otro rumbo a mi carrera ―respondió ella, finalmente, con rostro altivo.
―Perfectamente comprensible ―respondió el entrevistador―. Además, la situación está muy complicada para todos con esto de la pandemia. Algunos se han visto con la necesidad y anhelo de cambiar de aires, ¿pero no sería más fácil una transición un poco más sutil? Por ejemplo, pasar de la brujería a venta de autos usados o recaudación de impuestos o a crítica de arte. No se sentiría como un cambio tan drástico.
―Quizá ―dijo Griselda―, pero no me interesan ninguno de esos trabajos. Me comentaron que aquí hay buen ambiente de trabajo y eso es lo que necesito.
El entrevistador sonrió. Ya había escuchado a muchas personas desesperadas llegar a solicitar empleo sin ninguna experiencia previa. Estaba acostumbrado a las respuestas más usuales.
―No dudo de sus intenciones, solo quería saber por qué alguien con tanta experiencia en su profesión como usted, llegaría a nuestra empresa. Estaba revisando su currículum y es muy impresionante: hechizos, pócimas, rituales maléficos, secuestro de niños… No creo que usted tenga nada que envidiar ninguna bruja, incluso a nivel internacional.
A Griselda se le hinchó un poco el pecho al escuchar todo aquello, y soltó una risita que sonó como el graznido de un cuervo.
―En efecto ―dijo al fin―, estoy muy orgullosa de mi trabajo, pero las cosas ya habían cambiado en años recientes, pero con el Coronavirus es imposible. Hay poca clientela y mucha competencia, pero no de expertas en magia negra como yo, más bien de estafadoras que leen las cartas, hacen amarres o supuestamente leen el futuro. La gente se va con ellas y a nosotras nos ignoran. Además, la gente ya no nos tiene miedo: esta entrevista lo demuestra. Hace ciento cincuenta años no habría podido pasar por la puerta y ahora solo me pidieron usar tapabocas para entrar a esta oficina.
El entrevistador se revolvió un poco en su asiento. En efecto, en otras condiciones no habría entrado por la puerta, tenía toda la facha de una bruja: vestido negro, sombrero puntiagudo y la escoba en la que llegó volando (y que se le solicitó amablemente que pusiera en el espacio para estacionar bicicletas y motos) la delataban de inmediato. Pero la situación de la empresa era desesperada, las ventas habían caído de manera tremenda por la cuarentena y ella era la candidata ideal para reactivar las cosas. Algunas situaciones debían pasarse por alto.
―Bueno, entiendo todo eso, señora. Sólo es inusual que una bruja venga a solicitar un puesto administrativo en una fábrica de lubricantes industriales.
―Yo sé, pero estoy segura que algo puedo hacer aquí. Quizá se necesite desaparecer a algún competidor, o hipnotizar a los clientes…
―No, no ―interrumpió el entrevistador―. Eso no será necesario.
―Me he puesto a practicar escritura en una computadora. No soy tan buena todavía, pero estoy progresando rápido.
El entrevistador observó como una viuda negra salió por debajo del vestido de Griselda, caminando por el cuello y finalmente desapareciendo por detrás del hombro. Intentó distraerse acomodando sus papeles y fingió que no vio nada.
―Griselda ―confesó―, seré totalmente honesto. Aquí en la empresa creemos que usted es perfecta para un puesto en específico que nos urge mucho. De hecho, nos alegramos mucho de que llegara usted. Verá, antes de todo este asunto de la pandemia sufrimos algunos accidentes y, después de hacer las pesquisas pertinentes, nadie llegó a un acuerdo sobre quién tuvo la culpa o cómo. Nuestra idea era que despediríamos a seis personas, a quienes fueran. Pero las cosas han cambiado mucho en estas nuevas condiciones, resulta que no podemos deshacernos de nadie. Así que la empresa, para demostrar que está trabajando en el caso, inició una investigación, a la que algunos malamente le están llamando “cacería de brujas”.
Griselda odiaba el término. La gente lo usaba tan a la ligera, pero para ella significaba muerte, injusticia, persecución, discriminación y la pérdida de valiosas colegas. Su quijada empezó a endurecerse y su puño a cerrarse.
―No podemos seguir así ―continuó el entrevistador―, algunos empleados están pensando en dejar de venir por miedo a infectarse, aunque seguimos estrictos protocolos sanitarios. Si no logramos mantener nuestro nivel de productividad, los competidores nos comerán vivos. Lo único que queremos es proveer los lubricantes con los más altos estándares de calidad y todos estos asuntos nos distraen de nuestra misión y visión. Aquí es donde entra usted.
―¿Yo?
―Si… ―el entrevistador titubeó―. Caray, no sé cómo ponerlo con palabras más delicadas, pero necesitamos a quién echarle la culpa cuando las cosas salgan mal. Suena sensible el tema, lo sabemos, pero pensamos que usted era la candidata ideal porque sospechamos que tiene usted la habilidad de cambiar de forma, transformarse y mutar, ¿es así?
Esperó un poco para obtener confirmación por parte de Griselda, algún asentimiento con la cabeza o un simple “sí”, pero lo único que obtuvo de vuelta fue una fría y penetrante mirada, así que decidió proseguir.
―Entonces, cuando algo salga mal, podremos conducir una breve pero impactante investigación, que culminará con su despido en cada ocasión. No tiene usted nada por qué preocuparse, no será real, tan solo será una simulación para calmar las aguas en lo que el problema se resuelve. Por eso necesitamos sus habilidades: el cambio de forma hará que nadie sospeche que se trata siempre de usted. Créame, este tipo de cosas suceden todo el tiempo, y de pronto son necesarias actividades que restauren la confianza y la moral de la empresa.
Griselda había escuchado suficiente. Sus puños estaban apretadísimos. Siempre la bruja, ¡siempre! Tienen la culpa de todo, son la desgracia de la humanidad y solo sirven como línea final de un chiste. ¡Bah! Tantas cosas que podría hacer, tantas habilidades, tantos encantos, maldiciones, elíxires, para que le salgan con eso. Incluso sería capaz de curar a todos en esa fábrica del Coronavirus, si le diera la gana. Definitivamente no saben con quién tratan, por más que el entrevistador afirmara que revisaron su currículum cuidadosamente.
―Le comento que acá fabricamos un montón de cosas que mejoran nuestro mundo, aunque a veces la gente no se de cuenta de ello. Por eso fuimos clasificados como empresa “esencial” por el gobierno y seguimos operando a pesar de la cuarentena. Tenemos lubricantes para ferrocarril, aceite para transformadores, lubricante antiadherente, lubricante para sistemas hidráulicos, aceite para reductores falk, grafito en polvo, lubricantes biodegradables, para máquinas textiles, desengrasantes, solvente alifático, refrigerante dowcal, refrigerante grado alimenticio…
Mientras el entrevistador continuaba con su letanía, Griselda recitaba en su cabeza extrañas palabras que, de haberlas escuchado, nadie en la empresa descifraría. Mientras, observaba a su alrededor, calculando el espacio, y recordando la geografía del edificio.
―Lubricantes para aviones, vidrio soluble, lubricante leybonol, aceites compuestos para cilindros de vapor, petrolatum, glicerina industrial y un largo etcétera. Como comprenderá, todo esto es indispensable para miles de usos alrededor del globo. Nuestras ventas han bajado, como es de esperarse, pero precisamente por ello necesitamos resolver este asunto lo antes posible y darle carpetazo para enfocarnos totalmente a la producción. ¿Entonces qué dice? ¿Se convertirá en parte de la familia?
El entrevistador le extendió la mano a Griselda. Normalmente le diría algo así como: “Debemos considerar al resto de los candidatos, así que cuando ese proceso concluya le llamaremos”, pero la necesitaban de inmediato.
Griselda tenía la cabeza un poco agachada, de manera que el entrevistador no podía verle el rostro. Se sintió un poco ridículo manteniendo la mano extendida sin obtener un apretón de vuelta, así que estaba a punto de retirarla, cuando Griselda, de la manera más explosiva posible, se puso de pie, y junto con ella, una gran onda de choque sacudió al entrevistador y toda su oficina.
―¡Maldito mortal iluso! ¡Pensaste que te podrías burlar de la gran Griselda! ―gritó la bruja con un cavernoso, pero potente vozarrón que tomó a su interlocutor totalmente por sorpresa ―. ¡A mí! La gran bruja que escapó de la hoguera cientos de veces, que ha librado la muerte después de ser arrojada a lagos y ríos, y que ha decapitado a hombres mucho más poderosos e imponentes que tú.
Y soltó una carcajada maléfica mientras extendía sus brazos al cielo, y sus cabellos se revolvían por un torbellino que justo se había formado dentro de la oficina. El entrevistador accionó su comunicador:
―¡Seguridad, por favor! ¡Es una emergencia! ―pero la bruja le quitó el aparato con un manotazo.
―¡Sépanlo que esta empresa tampoco sobrevivirá! ¡Se los juro por Satanás!
Después de esta temible exclamación, la bruja brincó sobre el escritorio y se lanzó con toda su fuerza contra la ventana detrás del entrevistador, quien temeroso se agachó detrás de su silla. Griselda se estrelló contra el vidrio, rompiéndolo por completo con fortísimo estrépito. El entrevistador corrió hacia el agujero para ver qué sucedería con la bruja, quien descendía en caída libre desde el tercer piso.
Sin embargo, justo debajo de la ventana estaba el estacionamiento de las motocicletas, donde precisamente estaba su escoba, la cual voló hacia la bruja, cuando esta se encontraba en caída libre. Se montó en ella inmediatamente y elevó su vuelo casi al instante.
Se activó la alarma contra incendios y los aspersores empezaron a empaparlo todo. Los ingenieros que medían la presión de las tuberías notaron un súbito descenso de la misma, provocado por que las válvulas de escape se activaron, liberando cantidades industriales de aceites, lubricantes, glicerinas y otras sustancias. En pocos segundos, el edificio era un corredero de hombres en cascos amarillos.
Pero Griselda no había terminado. Dando vueltas en su escoba por los aires, pasó justo por la ventana que rompió al lanzarse sobre ella, donde todavía estaba el rostro confuso de su reciente entrevistador. Él la observó con miedo y desconcierto, lo cual enorgulleció a la bruja. El cubrebocas del hombre había caído al suelo. Pero faltaba el toque final.
Le apuntó con el dedo y le lanzó una especie de humo verde. El hombre, al instante, desarrolló los síntomas del COVID-19. Con una última carcajada, Griselda se alejó volando a toda velocidad, desapareciendo dentro de una negra nube que recién se había formado.
Dos hombres de traje llegaron al momento al umbral de la puerta. Contemplaron el desastre, la oficina revuelta, la ventana rota, a su jefe con una tos seca y dificultad para respirar. Pronto empezaron a sentir los mismos síntomas, así como el resto del personal de la fábrica.
―Te dije que contratar a una bruja era una pésima idea ―dijo uno de ellos.
―Ya ni modo ―respondió el otro―. Ahora tenemos un asunto más importante qué resolver: ¿a quién vamos a echarle la la culpa de esto?